viernes, 21 de septiembre de 2012

"El accidente revela la sustancia"


El instante es azar. Los trazos directamente sobre el lienzo, sin seguir procedimientos establecidos, sin marcar una base blanca, dejando que fluya el color, aprovechando el marrón propio del soporte, congela la imagen. Esa imagen es el accidente que se cruza en la línea del artista. Ese accidente ya estaba antes que el receptor, y pasa a ser sustancia en sí, tras desarrollarse en la propia del autor, por lo que no es sino un accidente lo que inspira la obra. Por ello, el arte congela el tiempo, la creación es eternidad y cárcel del artista. El tiempo avanza inexorable, arrasando a su paso y el hombre se deja arrastrar por esa gran ola. Según van creciendo las experiencias, va reduciéndose la posibilidad de tenerlas. El vuelo de un pájaro, un globo que escapa, la sensualidad 
(Kitaj, After Chagall) se vuelven, como una naturaleza muerta,  

(Dalí, Naturaleza muerta) el reflejo bidimensional testigo de lo que ha acontecido, semejándose a las muestras más recientes de arte contemporáneo 

(José María Sicilia, Derrumbamiento interior); que utilizan incluso elementos orgánicos, que van degenerando. Son la prueba de lo que han vivido, y eso es lo que convierte al objeto (“ready made”, Duchamp, pionero) en arte, comunicando con un significado trascendental.
De las últimas innovaciones que impriman la realidad que ha vivido el soporte, saltando la barrera del tiempo, es pionero José María Sicilia, que tras los estudios de voces de toros, reivindicativos cánticos del 15-M o el graznido del cuervo, plasma mediante incisiones la imagen que tendrían dichos sonidos, dotándo de mayor realidad, puesto que la información mejor recogida es la captada por el ojo, al ver la magnitud y perspectiva.

(José María Sicilia, El Instante)
“Este instante es una plenitud, sabemos que existimos, nos da de comer y nos come al mismo tiempo.”
**José María Sicilia, muestra actual en Galería Soledad Lorenzo, Madrid.
    Kitaj, muestra en Malborough Galery, Madrid.

lunes, 3 de septiembre de 2012

El Nacimiento de Venus


La perfección simétrica de unas olas en el mar casi irreal, con su agua blanquecina, trae hasta la orilla a una Venus que en su rostro sólo muestra serenidad. Marcando casi su destino, otras fuerzas soplan su llegada al mundo, cuyo recibimiento ya está amparado por tapar el cuerpo desnudo, preso de geometría y movimiento ligero de S invertida. Y es esta  la alegoría, por tanto, de lo que sucede al ser humano, tras su llegada. Tocado por el principio de causalidad, vive rodeado de normas, constricciones que no hacen sino que luche contra su propia esencia y quede anulado. Desde la infancia se marcan cosas que no se pueden hacer, cosas que no son “decorosas”, que están mal vistas, pero, ¿por quién? Se vive en constante polémica, en constante lucha entre el bien y el mal, cuestionando quién decide qué, hasta que tarde o temprano, eso se agota y el hombre se instala en una cómoda supervivencia superflua, flaca en valores reales, una rutina de alienación. Es, por tanto, a través de la belleza de unos pliegues en el vestido que cubre esa realidad bidimensional, un rizo dorado que ondea con el viento, la sombra creada con gradación de colores que marca el contacto entre dos cuerpos, o árboles estilizados; la observación de algo puramente artificial lo que guía el despertar del ser humano. Éste no sólo se maravilla con la creación de un igual, sino que se deja abandonar en el mundo de lo abstracto, vivo desde siempre, completándose hasta hoy de manera progresiva, pasando de mente en mente. Hoy, más que nunca, el Arte comunica, el Arte anima a la reflexión, agita el espíritu que hace que se pregunte por qué seguir la norma que anula la libertad. Por ello, como las rosas que caen augurando optimismo por un renacer, el evadirse en la contemplación de una manifestación cualquiera, despierta.
La observación de otros mundos que parten de la mente de un individuo que necesita comunicar, provoca la evasión del  que lo contempla. La minuciosidad de una vegetación, si bien idealizada, presente desde los juncos, volátiles como el propio carácter del que los pinta, pequeñas hierbas e incluso árboles que marcan su perspectiva en la lejanía, jugando con los verdes, evoca una realidad a la que se insta a escapar cada vez que se observa.
El equilibrio no sólo se marca con la austeridad expresiva del cuadro, presente sólo la emoción frunciendo el cejo por la concentración, una de las figuras; sino la disposición central de la protagonista. Esto nos recuerda, que sólo nosotros somos los responsables de nuestra propia vida, ya que, el presente es lo que se va escribiendo sobre un futuro incierto y al final “yo soy yo y mis circunstancias”.
Es innegable, por tanto, que no es una unión lo que hay entre el Arte y la vida, sino que se entrelazan, componiéndose y completándose mutuamente.