Al igual que mediante la repetición arbitraria y numerosa de
las palabras, éstas pierden en cierta medida su sentido, el escultor varía
tamaños y estiliza sus figuras recordando a las patas de los elefantes
dalinianos. Tras mirar durante horas a sus modelos siente que es la primera vez
que los ve, la reiteración… ¿hace que el hecho pierda valor? ¿O es cuando se es consciente de lo rutinario
cuando de golpe se aprecia el detalle y el matiz?
Es destacable la importancia que recibe en la obra de
Giacometti el soporte. El hecho de que las figuras alargadas cuenten con un
solo y enorme pie evidencia un significado especial, desde el momento en el que
deja de ser funcional tal protagonismo. Además, no sólo dicha parte del cuerpo
queda desarrollada y reforzada de manera contundente sino que además, la propia
base supera a la figura en materia, y contrasta con la misma en cómo queda sobriamente
pulida frente a la rugosidad de sus caminantes o la mujer que recuerda a un
ídolo cicládico.
Como si de goteo de cera se tratase, los cuerpos se
encuentran trabajados, en una plaza que acaba por ser un tablero de juego
(haciendo referencia al propio nombre de la exposición). Pese a ello, el molde
es trabajado en yeso, y creciendo y estilizándose de manera pareja al paso del
tiempo.
Todo lo mencionado, ¿es acaso debido a que el individuo
necesita una firme base, en ocasiones más grande que él, que soporte su frágil
existencia? ¿Hasta qué punto nuestros ideales no sólo nos definen sino que nos
sujetan?
Otro detalle constante repetido en la obra del prolífico
artista es el enmarcado. En ocasiones única línea que delimita, en ocasiones
jaula que enmarca, expone a los protagonistas de las creaciones a la
exhibición. Podría intuirse como un medio de crear espacio y delimitarlo en sus
bocetos de trazo rápido o sus óleos de grisáceos azules. ¿Pero qué función
guarda en esculturas que incluso incluyen cristal, como si de una pecera en la
que el hombre constituye el entretenimiento y objeto de observación, se
tratase?
El mundo acaba por ser un mero tablero de juego, donde los
hombres coinciden pero no se encuentran, se ven pero no se miran, cada vez
están más próximos pero no se tocan… se han olvidado de su papel como parte de
un todo y son marionetas que marchan. Este terrible existencialismo converge
con la idea de vida como reto permanente y efímero, desafío y en definitiva, juego. ¿Pero
cuál es su sentido? Es una reflexión constante en obra posterior a la Segunda
Guerra Mundial, que se plasma en la literatura de igual modo, con el teatro del
Absurdo.
Alberto Giacometti concede gran importancia al microcosmos
que constituye su taller. Aparentemente caótico, todo guarda un orden desde el
momento en el que los objetos ocupan un lugar determinado y el modelo ha de
situarse en la línea roja que el propio artista define, en consonancia con los
límites para las figuras de sus obras.
Sin duda el papel del personaje individual y el sentido de
éste en el mundo es parte de la reflexiva obra del autor, que fue reclamado por
el propio Beckett para el diseño de la escueta escenografía (como en sus
propios retratos de Anette o Diego) de Esperando
a Godot.
(Reflexión experimentada tras asistir a la retrospectiva Giacometti, Terrenos de juego, en la Fundación Mapfre, Madrid, 13 de junio al 4 de agosto de 2013.)