La perfección simétrica de unas olas en el mar casi irreal,
con su agua blanquecina, trae hasta la orilla a una Venus que en su rostro sólo
muestra serenidad. Marcando casi su destino, otras fuerzas soplan su llegada al
mundo, cuyo recibimiento ya está amparado por tapar el cuerpo desnudo, preso de
geometría y movimiento ligero de S invertida. Y es esta la alegoría, por tanto, de lo que sucede al
ser humano, tras su llegada. Tocado por el principio de causalidad, vive
rodeado de normas, constricciones que no hacen sino que luche contra su propia
esencia y quede anulado. Desde la infancia se marcan cosas que no se pueden
hacer, cosas que no son “decorosas”, que están mal vistas, pero, ¿por quién? Se
vive en constante polémica, en constante lucha entre el bien y el mal,
cuestionando quién decide qué, hasta que tarde o temprano, eso se agota y el
hombre se instala en una cómoda supervivencia superflua, flaca en valores
reales, una rutina de alienación. Es, por tanto, a través de la belleza de unos
pliegues en el vestido que cubre esa realidad bidimensional, un rizo dorado que
ondea con el viento, la sombra creada con gradación de colores que marca el
contacto entre dos cuerpos, o árboles estilizados; la observación de algo
puramente artificial lo que guía el despertar del ser humano. Éste no sólo se
maravilla con la creación de un igual, sino que se deja abandonar en el mundo
de lo abstracto, vivo desde siempre, completándose hasta hoy de manera
progresiva, pasando de mente en mente. Hoy, más que nunca, el Arte comunica, el
Arte anima a la reflexión, agita el espíritu que hace que se pregunte por qué
seguir la norma que anula la libertad. Por ello, como las rosas que caen
augurando optimismo por un renacer, el evadirse en la contemplación de una
manifestación cualquiera, despierta.
La observación de otros mundos que parten de la mente de un
individuo que necesita comunicar, provoca la evasión del que lo contempla. La minuciosidad de una
vegetación, si bien idealizada, presente desde los juncos, volátiles como el
propio carácter del que los pinta, pequeñas hierbas e
incluso árboles que marcan su perspectiva en la lejanía, jugando con los
verdes, evoca una realidad a la que se insta a escapar cada vez que se observa.
El equilibrio no sólo se marca con la austeridad expresiva
del cuadro, presente sólo la emoción frunciendo el cejo por la concentración,
una de las figuras; sino la disposición central de la protagonista. Esto nos
recuerda, que sólo nosotros somos los responsables de nuestra propia vida, ya
que, el presente es lo que se va escribiendo sobre un futuro incierto y al
final “yo soy yo y mis circunstancias”.
Es innegable, por tanto, que no es una unión lo que hay
entre el Arte y la vida, sino que se entrelazan, componiéndose y completándose
mutuamente.
Genialidades de una futura gran Historiadora del Arte.
ResponderEliminarjajaja :) la mímesis
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